Israel continúa con su brutal ofensiva sobre la franja de Gaza, mientras que la inmensa mayoría del planeta sufre, como este oficial de la Naciones Unidas, por el horror que aflige el pueblo palestino. El Gobierno hebreo cataloga los centenares de muertes de civiles inocentes (algunas fuentes hablan de más de mil) como inevitables daños colaterales. No se sienten concernidos ni por los tímidos llamamientos de la comunidad internacional ni por el dolor que va sembrando a su paso su campaña militar.
Nuevo bombardeo del Ejército israelí contra un colegio de la ONU con niños como víctimas. Y ya van cuatro ataques indiscriminados a estos recintos en los que se refugian los muchos desplazados por el conflicto. La actuación de Israel es intolerable y no tiene visos de acabar: el Gobierno de Netanyahu acaba de movilizar a 16.000 reservistas. Así, se está granjeando la antipatía de la opinión pública mundial. Estados Unidos juega a dos bandas: por un lado, la Casa Blanca condena el atentado sobre la instalación escolar de Naciones Unidas y, por otro, el Pentágono envía más munición el Ejército hebreo. Esta actitud hipócrita caracteriza la respuesta de los organismos internacionales a esta masacre injusta y desproporcionada. Le ponen una vela a dios y otra al diablo y todos tan contentos. Así no.