Por sus obras lo conoceréis. No es una referencia bíblica, sino una reflexión alusiva a la actividad política de nuestros días. Los primeros movimientos de Javier Arenas en su flamante etapa de líder de la oposición andaluza de hecho y de derecho nos indician el camino de una legislatura dura y encarnizada. Se barrunta muy poco centrismo en la estrategia popular en la comunidad autónoma y mucho de crispación y juego sucio.
La última ocurrencia de Arenas ha sido la petición de una comisión de investigación sobre el estrepitoso fracaso judicial conocido con la investigación del caso de Mari Luz, la menor onubense asesinada por un pederasta en libertad pese a contar con dos condenas firmes. El PP quiere sacar provecho político de una lamentable cadena de errores judiciales. La respuesta del principal partido de la oposición se puede tildar sin ningún tipo de exageración de oportunista y carroñera.
Arenas actúa por elevación. Quiere endosar el fallo de la judicatura a la Junta de Andalucía. No le preocupa en demasía el funcionamiento de la justicia, está más interesado en encontrar atajos para alcanzar su sueño de derrotar a los socialistas en las urnas.
A un líder político, y más si tiene aspiraciones, se le debe pedir algo más de altura de miras. El intento de sacar ganancia de la mar revuelta del despropósito judicial conocido en estos días resulta repugnante. Está jugando con los sentimientos de una familia con una pretensión claramente ventajista y de interés personal. Y lo peor de todo es que lo hace a sabiendas. Es una cuestión de estilo.
Me puede fallar la memoria. No recuerdo a Javier Arenas en el barrio onubense de Torrejón arropando a los padres de Mari Luz. El líder de la derecha andaluza es muy proclive a esos detalles de repercusión mediática. Ahora, con triquiñuelas y cortinas de humo, busca ganar enteros aprovechándose del dolor de unos padres. No es momento para faroles. Hay cosas con las que no se debe jugar. Y menos para buscar beneficio propio sin importar el dolor ajeno.