La pataleta es un recurso en que se refugian los mediocres cuando la realidad te da la espalda. El Partido Popular cada vez que no consigue sus objetivos por carecer de apoyo electoral suficiente, intenta imponer su criterio por la vía judicial. Y no planteo que ante presuntas irregularidades en la gestión se haga dejación del deber democrático de ponerlas en conocimiento de los tribunales, sino esa dinámica perversa y que empobrece a la democracia de condicionar la vida política y las decisiones administrativas, desarrolladas legítimamente por un gobierno, con argucias leguleyas y tácticas de enredo jurídico. Son trucos para enfangar el terreno de juego y manifestaciones de un talante autoritario que ponen en evidencia el mal perder que tienen algunos que se creen con el derecho natural de mandar.
En Sevilla, Juan Ignacio Zoido está aplicando a rajatabla la doctrina de su jefe andaluz, Javier Arenas, el conocido como querellator por su facilidad para desenfundar con rapidez una demanda contra todo aquel que se mueva. El aspirante a la alcaldía por el PP ha cuajado cuatro años de oposición de fotos demagógicas y pleitos. Toda medida aprobada por la mayoría social que gobierna en el Ayuntamiento que no encaja con su proyecto se encuentra con la respuesta judicial, es decir, la pataleta del mal perdedor. La lista es larga: la Biblioteca del Prado, la ampliación del Metrocentro… y ahora la limitación del tráfico al Centro. Cuando se tienen pocas ideas o el debate produce sarpullido, se abren hueco los desplantes y las maniobras intimidatorias, una forma de entender la política peligrosa porque se deben entender y respetar las mayorías que dictaminan las urnas. Para aplicar un programa se ha de contar con los votos suficientes para ello. Ése es el juego de la democracia.
Así es Zoido, ese candidato que añora los métodos de Aznar y se enfurruña si no alcanza lo que quiere o le marca su rancio ideario.