Podemos acepta ahora una alianza con Izquierda Unida para afrontar la inevitable repetición de las elecciones. El desdén y la arrogancia con la que Pablo Iglesias despachó a la coalición para los comicios del 20 de diciembre se han esfumado. Así, casi por ensalmo. ¡Cómo tienen que ser de pesimistas las encuestas propias que maneja la formación morada! El jefe de Podemos ha tratado hasta la fecha con la punta del pie a la vieja organización en la que él echó los dientes en política. En cambio, el cartel electoral y líder in péctore de IU, Alberto Garzón, se dejó los nudillos de tanto llamar a las puertas de la fuerza emergente hace unos meses. Lo dejaban pasar a él pero no querían saber nada de la vieja y pesada mochila que representaba Izquierda Unida. Sin embargo, en política lo que anteayer era imposible hoy puede ser una realidad irrebatible.
A esta nueva cita con las urnas, ni Iglesias ni Podemos acuden ya virginales. Ya hemos visto que sus prioridades han estado centrada más en los sillones, en el derecho a decidir y el referéndum sobre la independencia de Cataluña, en que las distintas confluencias territoriales contaran con grupo propio en el Congreso de los Diputados para obtener mayor financiación para sus actividades y en unos cuantos golpes de efectos de su laboratorio de mercadotecnia. En estos cuatro meses ni han pensado en las personas, ni han antepuesto los problemas de la gente, ni han tenido vocación real de favorecer el cambio que necesitaba este país y que suponía desalojar al PP y sus políticas de la Moncloa.
Y a Pablo Iglesias también se le conoce un poco más. Un animal político, sin duda, pero sus defectos han aflorado y están a la vista de todos. Han quedado patentes las ansias de poder del autoproclamado vicepresidente, su deseo de controlar el aparato del Estado antes que las políticas que dan bienestar a la gente, la altanería con la que se jactaba de que podía graciosamente poner un presidente socialista (su apelación a la «sonrisa del destino» lo retrató), su carácter bipolar al estilo Dr. Jekyll y Mr. Hyde, lo mismo un día grita y ofende que al siguiente ofrece la imagen de un tierno corderito, su dependencia de las confluencias que defienden la ruptura de territorios (Cataluña, Euskadi o Galicia) con España o su cesarismo en la gestión de Podemos hasta el punto de generar una crisis interna y romper con su mano derecha, Íñigo Errejón, por imponer su criterio infalible… Suma y sigue.
Todo esto ha pasado en los cuatro meses transcurridos desde que los españoles votamos por el cambio. A día de hoy todos los sondeos, sin excepción, dan que Podemos empeora sus resultados y en esa clave hay que entender el abrazo (ya veremos si de oso) que la formación morada le quiere dar a IU. Y es que en política tampoco dos más dos son cuatro.