Tengo el ojo
de un fotógrafo.
Cuando miro por la ventana,
veo la foto
que me hiciste en aquella tormenta de nieve en Nueva York
hace diez años.
Llevo un abrigo largo y negro, que brilla,
un sombrero a lo Greta Garbo
y botas para abrigar los pies.
En la tormenta de nieve de hoy,
llevo una bata morada
y estoy sentada con los brazos, blancos, apoyados en una recia mesa de madera.
La casa resplandece de flores amarillas,
mientras que, fuera, lo único amarillo son los faros de los coches,
que circulan con cautela
en la ventisca.
Los esqueletos de los árboles me recuerdan
que el invierno sigue aquí. Un pino cubierto de nieve
dice que el invierno arrecia.
Pero estamos en abril
y ya hace dos meses que te fuiste. Aunque podrían ser
diez años. Porque «tú» es solo un personaje
de mis sueños.
El Amor me hace soñar contigo
todas las noches,
pero mis sueños son pesadillas. Así que he
llenado la casa
de libros, de comida humeante, de flores.
Me tomo un buen vino
todas las noches.
La música y la poesía llenan el lugar.
Me doy una buena vida,
rodeada de poetas, músicos y pintores.
Por qué te deseo tanto o
me despierto con esos sueños terribles,
no sabría decirlo.
Excepto por eso,
según el calendario estamos en primavera.
En abril.
Pero hoy está nevando,
una nieve blanca, espesa,
profunda.
Nieve de abril.
En el frío y la textura quizá
no difiera de la blanca y helada de enero.
Pero parece distinta
por el hecho
de que los petirrojos lleven aquí una semana.
En mayo
los tulipanes habrán florecido
y yo pensaré en el mar.
El Rey de España me envía
sus saludos:
la rama rota,
el charco de nieve derretida,
a la puerta de mi casa.
Diane Wakoski