Se difunden a menudo estudios que pretenden descubrir la pólvora. La última entrega de estas investigaciones de impacto que confirman lo obvio o que reafirman lo archisabido por la cultura popular se solaza con los beneficios reparadores de la siesta. El congreso de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia, celebrada en San Diego (California), nos trae una conclusión que busca cambiar la idea de este descanso vespertino como momento de vagancia o manifestación de pereza.
Para las decenas de investigadores de diferentes disciplinas congregados en este foro científico, una siesta es mucho más que un momento de relax. Este descanso no sólo es reparador sino que mejora el funcionamiento cerebral: ayuda para memorizar, concentrarse y aprender nuevos datos. Dormir no sólo corrige las consecuencias del cansancio de estar despierto sino que «mueve (a la persona) más allá de donde estaba antes de tomar la siesta», ya que hace intervenir al hipocampo, la región del cerebro que favorece la memorización de datos y mejorar la capacidad para aprender.
El sueño, por tanto, es necesario para el almacenamiento de la memoria a corto plazo y para hacer espacio para información nueva. En declaraciones a Clarín, Matthew Walker, profesor asistente de psicología de la Universidad de California en Berkeley y uno de los autores de estos trabajos, comparó al hipocampo con la bandeja de entrada del correo electrónico: cuando está llena, no puede recibir más mensajes. «En el caso del hipocampo, si no duerme, le costará aprender».
Otro grupo de investigadores de la Universidad de Arizona también reforzaron el valor de las siestas como parte del aprendizaje de los bebés. Los bebés que duermen la siesta tienen más posibilidad de tener un nivel avanzado de aprendizaje, conocido como abstracción. Al hacer pruebas con frases grabadas que fueron escuchadas por bebés de 15 meses, identificaron que los que durmieron siesta tenían una mejor capacidad para encontrar patrones entre las frases. No sólo hay que estimular a los chicos con lectura, charlas y nuevas palabras, sino que necesitan un contexto favorable que incluye un tiempo de sueño adecuado.
En definitiva, estos científicos han redescubierto lo que los romanos hacían en la hora sexta: dormir después de comer para retomar con más energía el resto de la jornada. Aunque por mi actividad laboral y política no puedo disfrutar de la cabezada provechosa tras la comida, me declaro partidario de la siesta. Un paréntesis corto, de no más de media hora, en el sofá o en la cama, con pijama o con ropa de calle, y luego a comerse el mundo.