¿Nos oyen? De otra forma distinta y en su forma de siempre. Nuestra memoria vive en la palabra mañana.
Un buen lugar para todo el mundo. Un buen lugar para los que hemos nacido aquí. Cara a cara. Con la verdad de nuestra historia por delante. Con el sol en las viñas y en las puertas de los colegios. Con la blancura en las sierras y en las sábanas de los hospitales. Bailando por los codos.
No se resigna, Andalucía no se resigna.
Rebelde como la espuma en las orillas. ¿La oyen? Verde y blanca y con los brazos abiertos. El poeta y el agricultor. La guitarra y el termómetro.
La profesora y la niña que viaja en ese tren. Próxima estación: Andalucía. A la luz de la luna y en el amanecer de sus canciones.
Ahora duelen sus poemas en mi cuerpo‚ algo de mí que en él se reconoce hasta quebrar la imagen de todo lo que fui. Ahora deseo que me amase tanto que dejara de amarme y sus palabras fuesen nieve que el sol de junio fundiese entre mis pechos‚ allí donde su aliento insiste en acallar esta tristeza antigua que siempre me acompaña.
Para el que sabe ver siempre habrá al final del laberinto de la vida una puerta de oro.
Si la atraviesas hallarás un patio con musgo, empedrado, y en él dos cedros opulentos con sus pájaros dormidos. (No encontrarás ya aquí la música de Orfeo, sino sólo silencio.) Cruza el patio, verás luego otra puerta. Ábrela. Ya dentro, en la penumbra, verás un muro y, en él, unas palabras muy borrosas de cuya sencillez brota una luz que, lenta, pasa a ti y te devuelve al fin la libertad, la plenitud de ser: “Sean siempre alabadas las palabras dulcísimas que sanan: paz y bien”.
Después, ya en soledad profunda, verás que te hallas frente a otra puerta que aún no puedes abrir, porque no es el momento: la que quizá te lleve a otro laberinto, al laberinto último, invisible. ¿De él habrá salida?
(Sólo queda esperar, esperar al amparo seguro de esas letras borrosas que sanan.)
Que me llene de lenguas tu palabra, que un canto tuyo canta más que decir más. Qué cuerpo tuyo más tuyo-mío es el cuerpo mío. Me redigo en tu nombre, un agujero. Todos te queremos, todas adentro. ¡Agárrame! ¡Corremos juntos, corremos amigos, corremos ansiándote! ¡Abre la estrella, oh tú, abre la astilla y adéntrame! ¡Haremos noche, empollaremos huevo, seremos felices! Tu amor me pone dos pinos en el muslo y se va. Por eso se enamoran. Por eso Salomones y Sulamitas.
¡Soy blanca, gitana, soy mora, judía, amerindia, soy negra! Soy sombra y desierto, costilla rompida, soy polvo cuajado. Soy rueda, rodera, redonda, la rucia que croa, la roca que rasca y lo contrario a expulsar los miedos: soy quien los pace y los cría —quien, como garrapata deseada, se regala, contenta, una trampa.
Mis hermanos se han enfadado, me han dicho apaga y yo he soplado, maldita sea, y el fuego se esparce.
Dime dónde, al caer la tarde, lees solitario que yo voy, con letra torcida, entre las hojas que no tengo y una pena que canta.
Si tú no lo sabes, oh mujer que grita, sigue el silencio que hace al ocultarse y busca su mal junto al mal del otro.
A la candela de trenzas de candela te comparo, amiga mía, qué lindas las pecas que se pierden, qué herida tus ojos, con asfódelos clavados. Te haremos remolinos en la nuca con saliva mezclada.
Mientras está en su casa, erizado de mil noches y con la angustia bien hecha, la mar mía lo ama, lo ahoga, lo estampa, lo ahoga. Mi amor es un canto rodado que se quiebra, que hace noche entre el corte de la ceja. Es un bosque de algarrobos y de acebuches y de orquídea salvaje.
Pero qué infinita eres, amiga mía. Pero qué arisca eres. Baile y batalla, tus huesos.
Y cómo las acrecientas, amor, tus lecciones y tu manía. Nuestro lecho da noche, las puertas, locura, las ventanas, escándalo.
Mi primer viaje fue el del exilio quince días de mar sin parar la mar constante la mar antigua la mar continua la mar, el mal Quince días de agua sin luces de neón sin calles sin aceras sin ciudades solo la luz de algún barco en fugitiva Quince días de mar e incertidumbre no sabía adónde iba no conocía el puerto de destino solo sabía aquello que dejaba Por equipaje una maleta llena de papeles y de angustia los papeles para escribir la angustia para vivir con ella compañera amiga
Nadie te despidió en el puerto de partida nadie te esperaba en el puerto de llegada Y las hojas de papel en blanco enmoheciendo volviéndose amarillas en la maleta maceradas por el agua de los mares
Desde entonces tengo el trauma del viajero si me quedo en la ciudad me angustio si me voy tengo miedo de no poder volver Tiemblo antes de hacer una maleta —cuánto pesa lo imprescindible— A veces preferiría no ir a ninguna parte A veces preferiría marcharme El espacio me angustia como a los gatos Partir es siempre partirse en dos.
Y sin embargo uno llega de algún modo, termina desabrochando los botones de un vestido en una habitación desconocida— siente el otoño gotear sus hojas de seda y lino entre los tobillos de ella. El cuerpo sórdidamente venoso emerge retorcido sobre sí ¡como un viento invernal…!
Si me ves de camino hacia el trabajo, cansado al regresar, y entre los libros hora tras hora batallando en vano para hilvanar tres líneas con sentido, que sepas que es un modo de decirte desde mi mudo corazón: te quiero.
La rosa sueña un hombre: con una desazón que le es ajena mide las erosiones de su piel, cataloga palabras y pupilas, trata de comprender la decepción, el miedo y la esperanza.
Sueña que la existencia se reduce a sangre y pulso y polvo; sueña que vive largas estaciones, se sueña fea y pálida, se sueña extrañamente vieja y olvidada.
QUIERO HACER CONTIGO TODO LO QUE LA POESÍA AÚN NO HA ESCRITO Elvira Sastre
Cualquiera diría al verte que los catastrofistas fallaron: no era el fin del mundo lo que venía, eras tú.
Te veo venir por el pasillo como quien camina dos centímetros por encima del aire pensando que nadie le ve. Entras en mi casa —en mi vida— con las cartas y el ombligo boca arriba, con los brazos abiertos como si esta noche me ofrecieras barra libre de poesía en tu pecho, con las manos tan llenas de tanto que me haces sentir que es el mundo el que me toca y no la chica más guapa del barrio.
Te sientas y lo primero que haces es avisarme: No llevo ropa interior pero a mi piel le viste una armadura. Te miro y te contesto: Me gustan tanto los hoy como miedo me dan los mañana.
Y yo sonrío y te beso la espalda y te empaño los párpados y tu escudo termina donde terminan las protecciones: arrugado en el cubo de la basura. Y tú sonríes y descubres el hormigueo de mi espalda y me dices que una vida sin valentía es un infinito camino de vuelta, y mi miedo se quita las bragas y se lanza a bailar con todos los semáforos en rojo.
Beso uno a uno todos los segundos que te quedas en mi cama para tener al reloj de nuestra parte; hacemos de las despedidas media vuelta al mundo para que aunque tardemos queramos volver; entras y sales siendo cualquiera pero por dentro eres la única; te gusta mi libertad y a mí me gusta sentirme libre a tu lado; me gusta tu verdad y a ti te gusta volverte cierta a mi lado.
Tienes el pelo más bonito del mundo para colgarme de él hasta el invierno que viene; gastas unos ojos que hablan mejor que tu boca y una boca que me mira mejor que tus ojos; guardas un despertar que alumbra las paredes antes que la propia luz del sol; posees una risa capaz de rescatar al país y la mirada de los que saben soñar con los ojos abiertos.
Y de repente pasa, sin esperarlo ha pasado. No te has ido y ya te echo de menos, te acabo de besar y mi saliva se multiplica queriendo más, cruzas la puerta y ya me relamo los dedos para guardarte, paseo por Madrid y te quiero conmigo en cada esquina.
Si la palabra es acción entonces ven a contarme el amor, que quiero hacer contigo todo lo que la poesía aún no ha escrito.