Cuando te veo ahora en tus mejores años con toda la belleza de una copa de vino, brillándote en los ojos el deseo y las noches estrelladas de agosto, imagino ese invierno en que, vieja y cansada, te entregues al recuerdo.
He querido llegar antes que tú a ese día. Y revivir los tiempos en que tú levantaste de esta ruina una casa, plantaste en ella higueras, y alimentaste fuegos que a todos nos hicieron imaginar la vida muy lejos de los muertos.
Ya ves que ahora han llegado, siniestros, silenciosos. Por eso tu poeta ha venido contigo a recorrer de nuevo nuestras amadas ruinas, y si ayer fue tu risa, hoy será tu silencio, cuando, vieja y cansada, de nada sirve el sueño.
Tú me quieres alba, me quieres de espumas, me quieres de nácar. Que sea azucena Sobre todas, casta. De perfume tenue. Corola cerrada.
Ni un rayo de luna filtrado me haya. Ni una margarita se diga mi hermana. Tú me quieres nívea, tú me quieres blanca, tú me quieres alba.
Tú que hubiste todas las copas a mano, de frutos y mieles los labios morados. Tú que en el banquete cubierto de pámpanos dejaste las carnes festejando a Baco. Tú que en los jardines negros del Engaño vestido de rojo corriste al Estrago.
Tú que el esqueleto conservas intacto no sé todavía por cuáles milagros, me pretendes blanca (Dios te lo perdone), me pretendes casta (Dios te lo perdone), ¡me pretendes alba!
Huye hacia los bosques, vete a la montaña; límpiate la boca; vive en las cabañas; toca con las manos la tierra mojada; alimenta el cuerpo con raíz amarga; bebe de las rocas; duerme sobre escarcha; renueva tejidos con salitre y agua:
Habla con los pájaros y lévate al alba. Y cuando las carnes te sean tornadas, y cuando hayas puesto en ellas el alma que por las alcobas se quedó enredada, entonces, buen hombre, preténdeme blanca, preténdeme nívea, preténdeme casta.
‘Presagios’ es uno de los poemas del escritor y periodista Juan José Téllez recogidos en su nuevo libro, ‘Los amores sucios’. En el vídeo promocional de la editorial Verso&Cuento, el autor algecireño recita estos versos acompañado por Rozalén, Pasión Vega, Javier Ruibal, Andrés Suárez, Marwan, Pablo Cano y Zenet.
Mañana de suburbio y el autobús se acerca a la parada.
Hace frío en la calle, suavemente, casi de despertar en primavera, de ciudad que no ha entrado todavía en calor.
Desde mi asiento veo a las mujeres, con los ojos de sueño y la ropa sin brillo, en busca de su horario de trabajo.
Suben y van dejando al descubierto, en los cristales de la marquesina, un anuncio de cuerpos escogidos y de ropa interior. Las muchachas nos miran a los ojos desde el reino perfecto de su fotografía, sin horarios, sin prisa, obscenas como un sueño bronceado.
¿Qué fuimos antes de amarnos? ¿Quién eras tú? ¿Y yo quien era? Fría lumbre en los labios contenida, rígido corazón opaco, áspero fruto mi vientre, ligero ropaje de verano tu mirada.
Ahora que nos amamos… fuego somos donde mariposas se suicidan, cuerpos de luz, piel ardiendo en rojas llamas, hechizo inacabable.
Unidas en el mismo cuerpo sombras somos, sueños revelados en poemas, atraídas mareas por la luna, enormes olas de amores fatigadas.
Ahora que te amo… un insecto que nace en las mañanas y muere por la tarde entre tus muslos soy, suspendidas gotas de placer, suspiro de Sol en el cenit, sirena de agua dulce, develada estrella bajo tu cuerpo.
Ahora que tú me amas… eres símbolo de alianza entre los dioses, amuleto colgando de mi cuello, turbulenta agua con que mis flores riego, lámpara que guía a los ciegos soy.
Ahora que nos amamos… somos raíces cálidas de la tierra.
Pero cómo saber, sin la mirada, la hermosura del bosque, la grandeza del mar?
El bosque estaba tras de mí; lo conocían mis oídos: el rumor de sus hojas, la confusión del canto de sus pájaros. Sonidos que venían de un remoto lugar. Y el mar del otro lado, golpeando la frente, sin rozarla, cubriéndola de gotas. Era mi piel quien descubría su frescura, mi soñoliento olfato quien entraba en el pecho su duro olor. ¿Pero cómo saber, sin la mirada, la hermosura del bosque, la grandeza del mar? Porque no había más, en el lugar del pecho, que una extendida sombra.
(¿Mas qué frío candente mis párpados abrasa, qué luz me desvanece, qué prolongado beso llega hasta el mismo centro de la sombra?)
Joven el rostro era, sus labios sonreían, y el retenido fuego de su cuerpo era quemada luz. Entramos en el mar, rompíamos el cielo con la frente, y envueltos en las aguas contemplamos las orillas del bosque, su extensa fosquedad. Miré, tendidos en la playa, el rostro: contemplaba las nubes; y el retenido fuego de su cuerpo era un sombrío resplandor. Penetramos el bosque, y en las lindes detuvimos los pasos; perdido, tras los troncos, miramos cómo el mar oscurecía. Tenía triste el rostro, y antes que para siempre envejeciera puse mis labios en los suyos.
* Francisco Brines ha sido galardonado esta semana con el Premio Cervantes 2020.
El que pasa por mi piel y no se queda.
El éxodo:
la evasión de divisas extranjeras que el hombre
guardaba en la caja fuerte de mis venas
durante las noches de deseo,
la humedad que depositan los amantes
antes de vestirse y abrir la puerta de la calle
para no volver nunca.
Cuando sería tan fácil que la ducha
se llevase los restos del traslado.
Se hablan bajo el agua,
desnudos flotan y se hablan
y se dicen palabras como “risa”
y la luz brilla como un tafetán líquido
sobre sus hermosos cuerpos;
paralelos, blanca y moreno, contra la corriente,
plata y bronce bajo el fluido sol,
como dos lianas de carne mis dos bellos amigos
sumergidos se dicen un idioma que vibra en los oídos,
una música de vocales desleídas,
se dicen palabras con ternura sabia;
desde el puente
bajo un árbol que deja pasar hilos de sol
yo los miro gozoso
y los veo sacar la cabeza del agua
con el aire y con la dicha contenidos
y los oigo gritar “esto es la vida”
y sus esbeltos cuerpos jóvenes son la vida,
ella y él, mis desnudos hermosos amigos,
la vida son ellos,
ellos que me regalan su entusiasmo.