Preludio de amor

PRELUDIO DE AMOR
Elisa Martín Ortega

I

Nada hay en los pliegues
de mi cuerpo. Nada hay que presienta el deseo escondido, acurrucado
como un ovillo sobre mi vientre.

El deseo se recoge y se posa en un regazo:
es ligero, pero en mis manos pesa; pesa como la gran pluma del ave sobre sus tiernas crías.

Nos protegemos. Yo le caliento,
y él me devuelve su sombra, ingenua sombra de amor que se ha hecho pena de tanto no anidar
entre mis pliegues,
de tanto recogerse y preguntarme:
¿es verdad que me quieres?

II

(Silvia y bebé)

No sé quién vive en ti ni tú lo sabes.
Pero las dos
lo envolvemos en el frágil hueco de nuestros sueños,
y allí crece
a la vez que en tu vientre; allí recorre
los límites
de su misterio.

Cuando es todo latido, cuando nada se sabe, cuando el corazón bebe agua en el pozo de la vida,
solo entonces sentimos el calor de la primera noche,
de la primera voz, del primer beso.

Quizá, quien vive en ti todo lo sabe, quizá sus minúsculas manos
nos traigan el secreto, invisible secreto,
de lo que no se dice,
de lo que calla el cuerpo.

III

Te toco muy de cerca
y solo me revelas tu inocencia: descubres el secreto
de la quietud, la calidez,
el don del aire.

Te abrazo y tu inocencia llena mis manos
de pan y de peligros.
Son mis manos las que abren el camino a tu profundidad ingenua.

El miedo que en mí late es el dolor
del corazón dichoso, su última coraza,
la llave que posees de mi alma.

Ven conmigo…

Ven conmigo, mujer que me acompañas,
déjame que te llame con las voces
de todos los que a veces hemos sido.
Baja las escaleras de la noche,
despójate de tus cansadas ropas
y tócame la espalda como un ave,
señal de que empecemos. Es septiembre
en mi vientre enervado y memorioso,
y en las calles de la ciudad incógnita
somos una vez más recién llegados.
Ven conmigo, mujer sin abalorios,
quiero invitarte a trajinar el aire
según el método que ya es el nuestro
después de tantos años de comienzos.
Así hemos navegado otros lugares:
en este oficio de la extranjería
ya somos para siempre veteranos.

Salgamos a invadir estas aceras,
descalzos inventores de murmullos,
animales de paso, piel furtiva
alerta a las traiciones de la noche,
los párpados temblando como anuncios
de neón en los techos de la cuadra.

Nadie nos espera en ninguna calle,
ni hay bocas en el túnel que nos muerdan
los pasos despoblados, pero es cierto:
nos han seguido como sigue el tiempo
a los enfermos. (No es de sorprenderse,
porque la enfermedad sale de noche).
¿No sientes que nos miran? Yo lo siento.
Lancemos una sonda a la tristeza,
juguémonos la vida por un rato,
y que alguien pase a recoger los restos.
Los dioses derrotados ya se han ido.
En cambio tú, mujer, sigues conmigo:
cuidándome, celosa centinela,
con la grave fiereza de un suicida.

Permite que esta noche me refugie
en los cóncavos puertos de tus brazos,
orgulloso de miedo y de deseo,
o al menos que recuerde ese escondite
y me pierda contigo horas enteras
en la selva de los otros infernales,
sintiendo en los zapatos el asfalto
y en el brazo tu roce de metrónomo.

Juan Gabriel Vásquez

Kamasutras

KAMASUTRAS
Ana Luísa Amaral

Tira toda la ropa
al suelo.
Deprisa. Sin momento seductor
ninguno

Las prendas en pedazos,
desmayadas,
tumbadas por el suelo.
Desde lo más pesado a lo infinitamente
más leve

Y deja la luz
prendida. Sin seducción
ninguna. Una luz por lo menos
de 60 watios.
O sino cruda,
de supermercado.

Escoge armario,
lugar escuadrado
donde los cuerpos
no puedan descansar.
Sin ningún tipo
de preliminar,
asáltame
vestida:

que yo tenga toda la
ropa. Desde lo más pesado
a lo infinitamente más
leve.
Luces todas prendidas
Deprisa
y de repente

Pasemos a la cocina
Y allá, en una poética de manos,
en suprema gimnasia del mirar,
comamos lentamente,
como saber hindú,
los restos del asado sobrante
de la cena

A la luz
fosforescente
y seductora, en lo más
preliminar,
lanza contra el fogón,
por encima del hombro,
la copa de cristal
(de las de pie alto!)

Que el suelo,
al serle agudo como asfalto,
le enseñe el kamasutra
en última edición!

Que me llene de lenguas tu palabra…

Que me llene de lenguas tu palabra,
que un canto tuyo canta más que decir más.
Qué cuerpo tuyo más tuyo-mío es el cuerpo mío.
Me redigo en tu nombre, un agujero.
Todos te queremos, todas adentro. ¡Agárrame!
¡Corremos juntos, corremos amigos, corremos ansiándote!
¡Abre la estrella, oh tú, abre la astilla y adéntrame!
¡Haremos noche, empollaremos huevo, seremos felices!
Tu amor me pone dos pinos en el muslo y se va.
Por eso se enamoran. Por eso Salomones y Sulamitas.

¡Soy blanca, gitana, soy mora, judía, amerindia, soy negra!
Soy sombra y desierto, costilla rompida, soy polvo cuajado.
Soy rueda, rodera, redonda, la rucia que croa, la roca que rasca
y lo contrario a expulsar los miedos: soy quien los pace y los cría
—quien, como garrapata deseada, se regala, contenta, una trampa.

Mis hermanos se han enfadado,
me han dicho apaga y yo he soplado, maldita sea,
y el fuego se esparce.

Dime dónde, al caer la tarde, lees solitario
que yo voy, con letra torcida,
entre las hojas que no tengo y una pena que canta.

Si tú no lo sabes,
oh mujer que grita,
sigue el silencio que hace al ocultarse
y busca su mal
junto al mal del otro.

A la candela de trenzas de candela te comparo, amiga mía,
qué lindas las pecas que se pierden,
qué herida tus ojos, con asfódelos clavados.
Te haremos remolinos en la nuca con saliva mezclada.

Mientras está en su casa, erizado de mil noches y con la angustia bien hecha,
la mar mía lo ama, lo ahoga, lo estampa, lo ahoga.
Mi amor es un canto rodado que se quiebra,
que hace noche entre el corte de la ceja.
Es un bosque de algarrobos y de acebuches
y de orquídea salvaje.

Pero qué infinita eres, amiga mía.
Pero qué arisca eres. Baile y batalla, tus huesos.

Y cómo las acrecientas, amor,
tus lecciones y tu manía.
Nuestro lecho da noche,
las puertas, locura,
las ventanas, escándalo.

Blanca Llum Vidal

Traducido por Berta García Faet para Zenda.

Quiero hacer contigo…

QUIERO HACER CONTIGO TODO LO QUE LA POESÍA AÚN NO HA ESCRITO
Elvira Sastre

Cualquiera diría al verte
que los catastrofistas fallaron:
no era el fin del mundo lo que venía,
eras tú.

Te veo venir por el pasillo
como quien camina dos centímetros por encima del aire
pensando que nadie le ve.
Entras en mi casa
—en mi vida—
con las cartas y el ombligo boca arriba,
con los brazos abiertos
como si esta noche
me ofrecieras barra libre de poesía en tu pecho,
con las manos tan llenas de tanto
que me haces sentir que es el mundo el que me toca
y no la chica más guapa del barrio.

Te sientas
y lo primero que haces es avisarme:
No llevo ropa interior
pero a mi piel le viste una armadura.
Te miro
y te contesto:
Me gustan tanto los hoy
como miedo me dan los mañana.

Y yo sonrío
y te beso la espalda
y te empaño los párpados
y tu escudo termina donde terminan las protecciones:
arrugado en el cubo de la basura.
Y tú sonríes
y descubres el hormigueo de mi espalda
y me dices que una vida sin valentía
es un infinito camino de vuelta,
y mi miedo se quita las bragas
y se lanza a bailar con todos los semáforos en rojo.

Beso
uno a uno
todos los segundos que te quedas en mi cama
para tener al reloj de nuestra parte;
hacemos de las despedidas
media vuelta al mundo
para que aunque tardemos
queramos volver;
entras y sales siendo cualquiera
pero por dentro eres la única;
te gusta mi libertad
y a mí me gusta sentirme libre a tu lado;
me gusta tu verdad
y a ti te gusta volverte cierta a mi lado.

Tienes el pelo más bonito del mundo
para colgarme de él hasta el invierno que viene;
gastas unos ojos que hablan mejor que tu boca
y una boca que me mira mejor que tus ojos;
guardas un despertar que alumbra las paredes
antes que la propia luz del sol;
posees una risa capaz de rescatar al país
y la mirada de los que saben soñar con los ojos abiertos.

Y de repente pasa,
sin esperarlo ha pasado.
No te has ido y ya te echo de menos,
te acabo de besar
y mi saliva se multiplica queriendo más,
cruzas la puerta
y ya me relamo los dedos para guardarte,
paseo por Madrid
y te quiero conmigo en cada esquina.

Si la palabra es acción
entonces ven a contarme el amor,
que quiero hacer contigo
todo lo que la poesía aún no ha escrito.