El hosco cielo va rodando arriba y amenaza sobre los montes negros.
Al fin será esta casa mi morada y hasta lo que es más duro en ella (ese muro de piedra, tan rotundo), dormirá sosegado en mi pupila. En esta casa el tiempo es la ternura y siempre callo hasta que sea el silencio lo que discurra dentro de mis venas. En mi morada no hay días ni noches. Mi morada es mi día y es mi noche. Cada mínima estancia es azotea. Floto en su soledad, bebo en su sombra; si ascendiendo a los desvanes de la luz desciendo hasta un saber que ya no sabe. Esta casa, en quietud, está girando -planetario de amor- en torno del remanso de los cuerpos.
En ella voy, sin ir, a cada sitio y a sus goces regreso sin marcharme. Todo cuanto busqué, aquí lo encuentro.
Esta morada es mundo sin el mundo. En ella suena música que arrastra hacia el sin fin, marea en la que voy y vengo (¡mas tan quieto!) recibiendo respuestas sin palabras a preguntas que no mueven mis labios. Y siento que tú estás aquí, aunque no estés, y que yo estoy en ti, aunque no estoy. Centro donde te veo al fin ¡tan cierta!; centro donde, no estando tú, en plenitud estás para salvarme.
Al fin el corazón ya ha retornado a escucharse a sí mismo. Qué dulzura este ir cerrándose a todo para poderse abrir y comprenderlo todo: Nada hermosa que lleva acariciando mi piel para acallarme, para acallarme aún más, y serenarme.
Morada del amor con sus anillos de silencio que silban, mas no ahogan, porque la sangre de los nuestros ya no está para dolernos (la sangre de los nuestros ahora es sólo la luz de cobre que está ardiendo lenta en torno a la copa del ciprés).
¡Morada en la marea de la vida, morada en la morada de la luz!
Cuando llegue el día y nos preguntemos, ¿dónde podemos encontrar la luz en esta sombra de nunca acabar?
La pérdida que sobrellevamos. Un mar que debemos vadear. Tuvimos que hacer frente al vientre de la bestia.
Hemos aprendido que la tranquilidad no es siempre sinónimo de paz. Y las normas y las nociones de lo que es justo no siempre es así de justo.
A pesar de esto, el amanecer nos adelanta sin saberlo. De alguna manera lo hacemos. De alguna manera hemos aguantado y visto una nación que no está quebrantada sino simplemente por ser completada.
Nosotros, los sucesores de un país. En un momento en el que una chica negra y flaca, descendientes de esclavos, y criada por una madre soltera, puede soñar con convertirse en presidente solo para encontrarse a sí misma declamando por una.
Y sí, estamos lejos de estar refinados lejos de ser inmaculados pero eso no quiere decir que nos esforzamos por formar una unión que sea perfecta. Nos esforzamos por forjar nuestra unión con propósito. Para componer un país comprometido con toda cultura, color, carácter y condición del ser humano.
Y así levantamos nuestras miradas, no a lo que se interpone entre nosotros pero a lo que está delante de nosotros.
Eliminamos la brecha porque sabemos que para poner nuestro futuro primero, primero tenemos que poner nuestras diferencias a un lado. Dejamos el armamento, para extender sin impedimento nuestros brazos el uno al otro. Perjudicar a alguien, no pretendemos, sino harmonía queremos.
Dejemos este mundo si no hay más que decir que esto es cierto. Que aun cuando nos afligimos, crecimos. Que aun cuando nos dolía, esperanza teníamos. Que aun cuando nos cansábamos, lo intentábamos. Que siempre estaremos unidos y victoriosos.
No porque nunca más conoceremos la derrota, sino porque nunca volveremos a sembrar división.
Las Escrituras nos pide tener esta visión que todo el mundo se sentará bajo su propia vid e higuera y nadie les hará temer.
Si vamos a estar a la altura de nuestro tiempo, entonces la victoria no estará en el acero sino en todos los puentes que hemos hecho. Esa es la promesa de lo mejor.
La colina que subimos. Si tan solo nos atreviéramos.
Porque ser estadounidense es más que un orgullo que heredamos. Es el pasado en el que nos adentramos y de cómo lo reparamos.
Hemos visto una fuerza que destrozaría nuestra nación en lugar de unirla, destruiría nuestro país si eso significaba retrasar la democracia. Y este esfuerzo casi tuvo éxito pero mientras que la democracia puede ser retrasada periódicamente, nunca puede ser derrotada permanentemente.
En esta verdad, en esta fe, es en la que confiamos.
Porque mientras tengamos los ojos puestos en el futuro, la historia tiene los ojos puestos en nosotros. Esta es la era de justa redención. La temimos en su comienzo.
No nos sentíamos preparados para ser los herederos de una hora tan aterradora pero dentro de ella encontramos el poder para un nuevo capítulo, componer y esperanza y risas ofrecer a nosotros mismos.
Así que, mientras nos preguntamos, ¿cómo podríamos prevalecer sobre la catástrofe? Ahora afirmamos, ¿cómo podría la catástrofe prevalecer sobre nosotros?
No marcharemos de vuelta a lo que era sino a lo que será. Un país que está herido pero íntegro, benévolo pero enérgico, feroz y libre.
No nos harán volver, ni detendrá la intimidación porque conocemos nuestra inacción. Y la inercia será la herencia de la próxima generación.
Nuestros grandes errores se convierten en sus angustias pero una cosa es segura.
Si unimos la misericordia con el poder y el poder con derecho, entonces el amor se convierte en nuestro legado, y el cambio, el derecho de nacimiento de nuestros hijos.
Así que dejemos atrás a un país por uno mejor del que nos dejaron. Con cada respiración de mi pecho forjado de bronce, levantaremos este mundo herido para ser uno extraordinario. Nos levantaremos de las colinas doradas del oeste. Nos levantaremos del viento barrido del noreste donde nuestros antepasados idearon por primera vez la revolución. Nos levantaremos de las ciudades rodeadas de lagos. de los estados del medio oeste. Nos levantaremos desde el sur que arde por el sol. Reconstruiremos, reconciliaremos y nos recuperaremos.
Y cada espacio de nuestra nación y cada rincón de nuestro país, nuestra gente diversa y hermosa saldrá maltrecha pero hermosa.
Cuando llegue el día, saldremos de la sombra en llamas ardiendo y sin miedo .
El nuevo amanecer florece mientras lo liberamos. Porque siempre hay luz, si tan solo somos lo suficientemente valientes para verlo. Si tan solo somos lo suficientemente valientes para serlo.
Poema recitado por Amanda Gorman en la toma de posesión de Joe Biden como presidente de Estados Unidos. Traducción: Cultura Inquieta.
Este amor ¿canta o atestigua? ¿Confesión o hilos invisibles sueño o verdad la luz que visita para hacerse vestido tantos como mundos que en este hermoso oficio yo procuro?
Espiando tú mi pensamiento aventuras: canto y testimonio no pueden separar ave sobre velero en el dominio mar y siempre pagarás ser dueña pues de agua llamaste un barco que obedece. No estoy conforme. Mira el ancho de los versos: Te amo bajo los astros (testimonio sería) o Estamos abrazando al mundo (canto parece).
Y te acercas a la mesa para decirme no pierdas más tiempo de tus manos que escriben cosa mejor conmigo ni busques más amparo que el de tu voz nunca indecisa ni temerosa al lado de tu amor que sabe el movimiento puro del zarpazo cuando habitas un rostro de escribiente que me parece abismo si acerco tu cintura clavada en esta sala. Ven, tu poema mejor es el mío, lo mío, la esfera.
La presa en tus brazos ¿será este libro puntada de la sangre fisura del pensamiento camino de sencillez amor crecido las estrellas pegadas a mi cuerpo egoísmo salvación condena manzana dulce?
La casa está vacía y el aroma de una rencorosa esperanza perfuma cada rincón Quién nos dijo mientras nos desperezábamos al mundo que alguna vez hallaríamos cobijo en este desierto. Quién nos hizo creer, confiar, —peor: esperar —, que tras la puerta, bajo la taza, en aquel cajón, tras la palabra, en aquella piel, nuestra herida sería curada. Quién escarbó en nuestros corazones y más tarde no supo qué plantar y nos dejó este hoyo sin semilla donde no cabe más que la esperanza. Quién se acercó después y nos dijo bajito, en un instante de avaricia, que no había rincón donde esperar. Quién fue tan impiadoso, quién, que nos abrió este reino sin tazas, sin puertas ni horas mansas, sin treguas, sin palabras con que fraguar el mundo. Está bien, no lloremos más, la tarde aún cae despacio. Demos el último paseo de esta desdichada esperanza.
* Mi homenaje inmemoriam a Guadalupe Grande, que ha fallecido nada más comenzar este año.
Hace muy pocos años yo decía palabras refulgentes como piedras preciosas y veía rodar, como un milagro abombado y azul, la gota tenue por el cabello rubio hacia la espalda.
No eran palabras frágiles, prendidas al azar de un evadido vuelo prescindible, sino plenas y grávidas victorias en las que ver el mundo y obtenerlo.
La emoción de enunciar un orden justo cedía realidad al sonido y al tacto y quedaba en los labios la certeza de conocer en el sabor y el nombre.
Pero la certidumbre de una mirada limpia es una ingenuidad no perdurable, y el viento arrastra en ráfagas de crespones y agujas el vicio de creer envuelto en polvo.
Y si tras de la luz esplendorosa que pone en pie la vida en un haz de palmeras el miedo de dormir cierra los cálices susurrando promesas de una luz sucesiva,
el fulgor de la fe lento se orienta al imán de la noche permanente en la que tacto, imagen y sonido flotan en la quietud de lo sinónimo,
sin temor de mortales travesías ni los dones que otorga la torpeza sino un fugaz vislumbre de medusas: inconsistentes ecos reiterados
en un reino de paz y de pericia, apagado jardín de la memoria donde inertes se pudren sumergidos los oropeles del conocimiento
y como resquebraja la alta torre la solidez de su asentado peso, de tan robusto, poderoso y grave se quiebra y pulveriza el albedrío.
Así para las aves y la plácida irrepetible pulcritud del junco hay cada día olvido inaugural en la renovación de la mañana:
quien hace oficio de nombrar el mundo forja al fin un fervor erosionado en la noche total definitiva.