Hay dos caminos…

II
Hay dos caminos en mi vida. Siempre
los hubo. En cada uno hallé un ánfora
con el agua hasta los bordes. De las dos
aguas he bebido hasta saciarme. Mas
ahora, he llegado al final de cada trecho
y las aguas han sido consumidas.
Me coloco el peplo y te escojo a ti, vida,
como tercer camino.

Mía Gallegos

El laberinto invisible

EL LABERINTO INVISIBLE
Antonio Colinas

Para el que sabe ver
siempre habrá al final del laberinto
de la vida
una puerta de oro.

Si la atraviesas hallarás un patio
con musgo, empedrado,
y en él dos cedros opulentos con
sus pájaros dormidos.
(No encontrarás ya aquí la música de Orfeo,
sino sólo silencio.)
Cruza el patio, verás luego otra puerta.
Ábrela.
Ya dentro, en la penumbra,
verás un muro
y, en él, unas palabras muy borrosas
de cuya sencillez brota una luz
que, lenta, pasa a ti y te devuelve
al fin la libertad,
la plenitud de ser:
“Sean siempre alabadas
las palabras dulcísimas
que sanan: paz y bien”.

Después, ya en soledad profunda,
verás que te hallas frente a otra puerta
que aún no puedes abrir,
porque no es el momento:
la que quizá te lleve a otro laberinto,
al laberinto último, invisible.
¿De él habrá salida?

(Sólo queda esperar,
esperar al amparo seguro
de esas letras borrosas
que sanan.)

Viaje

VIAJE
Cristina Peri Rossi

Mi primer viaje
fue el del exilio
quince días de mar
sin parar
la mar constante
la mar antigua
la mar continua
la mar, el mal
Quince días de agua
sin luces de neón
sin calles sin aceras
sin ciudades
solo la luz
de algún barco en fugitiva
Quince días de mar
e incertidumbre
no sabía adónde iba
no conocía el puerto de destino
solo sabía aquello que dejaba
Por equipaje
una maleta llena de papeles
y de angustia
los papeles
para escribir
la angustia
para vivir con ella
compañera amiga

Nadie te despidió en el puerto de partida
nadie te esperaba en el puerto de llegada
Y las hojas de papel en blanco enmoheciendo
volviéndose amarillas en la maleta
maceradas por el agua de los mares

Desde entonces
tengo el trauma del viajero
si me quedo en la ciudad me angustio
si me voy
tengo miedo de no poder volver
Tiemblo antes de hacer una maleta
—cuánto pesa lo imprescindible—
A veces preferiría no ir a ninguna parte
A veces preferiría marcharme
El espacio me angustia como a los gatos
Partir
es siempre partirse en dos.

El frío de la casa

Después de tanto tiempo, vuelvo a estar en tu casa.

Las fotos del pasillo se han vuelto viejas
de tanto vivir en el pasado.

Hay una luz de otro tiempo en las ventanas
del fondo y el ruido de la calle trae voces
de gente que ya ha muerto.

Dime si soy como tú, si me convierto como tú
en el polvo que se acumula encima de las cosas.

Si ser tu hijo es esto: caminar por tus huellas,
repetir tus gestos,
estar en la misma dimensión de tus heridas.

En el salón los sueños siguen sintonizados
en un canal que ya no existe,
los muebles se han llenado de arrugas, en el piano
se toca el nocturno de lo que se fue.

Junto a la chimenea se han arrojado todas nuestras noches,
conversan en silencio nuestros cigarrillos,
se hacen amargas las sombras en los vasos,
por las paredes se va ensuciando algún rayo de luz.

En los espejos quien envejece soy yo.

Siento cómo hace frío en tu ropa colgada en el armario,
cómo están helados los libros en las mesillas,
cómo huelen al más allá las sábanas que ya nunca sabrán
de ti.

Solo los que tienen un sentimiento del tiempo
conocen lo que es la vida, me dijiste.

Ahora sé que estamos siempre diciendo adiós.

Sentimos nostalgia incluso de lo que poseemos.

Pero buscamos esa rara intensidad de vivir,
ese no pensar la vida como una sucesión de días,
sino los días como una sucesión de vidas.

Llenar el mundo de cosas para que cuando venga la muerte
solo pueda llevarse un cuerpo desgastado
que no le queda nada por dar.

Se han podrido los cubiertos y la vajilla con los que comíamos.

La sal se ha vuelto líquida. Sale oxidada el agua de los grifos.

Abro la cancela a las hierbas del jardín.

Quién sabe qué está pasando al otro lado de cada flor,
de cada árbol, al otro lado de mi sombra.

¿Seguirás tú defendiéndonos de los incendios
y de las barbaries,
de las caídas de las civilizaciones?
¿Evitarás que el más miserable
de los ladrones del Calvario lleve nuestro rostro?
¿Esconderás las piedras, bajo
las que alguien nos sepultará,
simplemente con el gesto de servir el café de la mañana?

Quién sabe si puede haber un milagro,
la materia buscándose, transformándose
infinitamente para que volvamos a sentarnos juntos a la mesa.

Solo el dolor nos desafía a amar una vez más.

Diego Doncel

Mis ancestros

MIS ANCESTROS
Mario García Obrero

He soñado con mis ancestros y su olor a patatas robadas
los he visto varear olivos con la cara llena de espinas
he visto a mis ancestros bailar sobre una montaña de ajos
al abuelo y su traje marrón
a la abuela encendiendo seis velas en el altar de la caldera
hablo del que juega a vestir las cerillas mojadas con barro y de los que cuentan chistes con las
ventanas cerradas
he visto a mi madre
una niña con sus primeros pantalones vaqueros mirando al mar
he visto la ropa en los tendederos de Venecia y a los poetas en Nueva York cuidar una tórtola y
su dulcimer hecho con nieve pisada
me he visto mirando al nuevo mundo con las memorias de Mayakovski bajo el jersey
me he visto mecerme lento en los sueños de una chimenea
los barcos el té y los poemas de Emily Dickinson escondidos en la sombra de una ballena
he visto a mis hijos cantar ebrios en los confesionarios
el frío se ha presentado como un erizo envuelto en serrín
en alguna colcha yace un pájaro azul
algún sueño sin calcetines que va comiendo rajas de sandía
los estudiantes de español me recitan al unísono
Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar
y el caballo en la montaña
camino por los pasillos de un mundo que huele a gofre y a gasolina.

Aquello en lo que te fijas…

AQUELLO EN LO QUE TE FIJAS CUANDO SALIMOS POR LAS NOCHES
Elena Medel

Mi madre me enseñó que la mejor forma de pasar por la
vida era renunciando a la propiedad particular.
Ella me convenció de que podría transformar los balbuceos
en música de cámara, con mis zapatos.
Tus zapatos son mágicos, me dijo. Pierde uno y ganarás un marido.
Vende dos y ante ti se revolverán las semillas de tu reino
.
Y yo susurraba: mi reino eterno. Junto a él.
Decidí que los compraría de colores para camuflar mi identidad,
sobrios si aspiro a desvelar mis secretos.
No tacones ni zapatos planos ni aerodinamismo; le quiero
suciamente. He descubierto que pasos-pequeños
conducen a una-mujer-seria-con-dos-rayas-absortas.

Descalza, de puntillas, vuelvo a tener diez años y a morirme
por dentro de tanta soledad.

En tus mejores años

EN TUS MEJORES AÑOS
Andrés Trapiello

Cuando te veo ahora en tus mejores años
con toda la belleza de una copa de vino,
brillándote en los ojos el deseo y las noches
estrelladas de agosto, imagino ese invierno
en que, vieja y cansada, te entregues al recuerdo.

He querido llegar antes que tú a ese día.
Y revivir los tiempos en que tú levantaste
de esta ruina una casa, plantaste en ella higueras,
y alimentaste fuegos que a todos nos hicieron
imaginar la vida muy lejos de los muertos.

Ya ves que ahora han llegado, siniestros, silenciosos.
Por eso tu poeta ha venido contigo
a recorrer de nuevo nuestras amadas ruinas,
y si ayer fue tu risa, hoy será tu silencio,
cuando, vieja y cansada, de nada sirve el sueño.

Mujeres

MUJERES
Luis García Montero

Mañana de suburbio
y el autobús se acerca a la parada.

Hace frío en la calle, suavemente,
casi de despertar en primavera,
de ciudad que no ha entrado
todavía en calor.

Desde mi asiento veo a las mujeres,
con los ojos de sueño y la ropa sin brillo,
en busca de su horario de trabajo.

Suben y van dejando al descubierto,
en los cristales de la marquesina,
un anuncio de cuerpos escogidos
y de ropa interior.
Las muchachas nos miran a los ojos
desde el reino perfecto de su fotografía,
sin horarios, sin prisa,
obscenas como un sueño bronceado.

Morada de la luz

MORADA DE LA LUZ
Antonio Colinas

El hosco cielo va rodando arriba
y amenaza sobre los montes negros.

Al fin será esta casa mi morada
y hasta lo que es más duro en ella (ese muro
de piedra, tan rotundo),
dormirá sosegado en mi pupila.
En esta casa el tiempo es la ternura
y siempre callo hasta que sea el silencio
lo que discurra dentro de mis venas.
En mi morada no hay días ni noches.
Mi morada es mi día y es mi noche.
Cada mínima estancia es azotea.
Floto en su soledad, bebo en su sombra;
si ascendiendo a los desvanes de la luz
desciendo hasta un saber que ya no sabe.
Esta casa, en quietud, está girando
-planetario de amor-
en torno del remanso de los cuerpos.

En ella voy, sin ir, a cada sitio
y a sus goces regreso sin marcharme.
Todo cuanto busqué, aquí lo encuentro.

Esta morada es mundo sin el mundo.
En ella suena música que arrastra hacia el sin fin,
marea en la que voy
y vengo (¡mas tan quieto!)
recibiendo respuestas sin palabras
a preguntas que no mueven mis labios.
Y siento que tú estás aquí, aunque no estés,
y que yo estoy en ti, aunque no estoy.
Centro donde te veo al fin ¡tan cierta!;
centro donde, no estando tú,
en plenitud estás para salvarme.

Al fin el corazón ya ha retornado
a escucharse a sí mismo.
Qué dulzura este ir cerrándose a todo
para poderse abrir y comprenderlo todo:
Nada hermosa que lleva acariciando
mi piel para acallarme,
para acallarme aún más, y serenarme.

Morada del amor con sus anillos
de silencio que silban, mas no ahogan,
porque la sangre de los nuestros ya
no está para dolernos
(la sangre de los nuestros ahora es sólo
la luz de cobre que está ardiendo lenta
en torno a la copa del ciprés).

¡Morada en la marea de la vida,
morada en la morada de la luz!