Cuando te veo ahora en tus mejores años con toda la belleza de una copa de vino, brillándote en los ojos el deseo y las noches estrelladas de agosto, imagino ese invierno en que, vieja y cansada, te entregues al recuerdo.
He querido llegar antes que tú a ese día. Y revivir los tiempos en que tú levantaste de esta ruina una casa, plantaste en ella higueras, y alimentaste fuegos que a todos nos hicieron imaginar la vida muy lejos de los muertos.
Ya ves que ahora han llegado, siniestros, silenciosos. Por eso tu poeta ha venido contigo a recorrer de nuevo nuestras amadas ruinas, y si ayer fue tu risa, hoy será tu silencio, cuando, vieja y cansada, de nada sirve el sueño.
Mañana de suburbio y el autobús se acerca a la parada.
Hace frío en la calle, suavemente, casi de despertar en primavera, de ciudad que no ha entrado todavía en calor.
Desde mi asiento veo a las mujeres, con los ojos de sueño y la ropa sin brillo, en busca de su horario de trabajo.
Suben y van dejando al descubierto, en los cristales de la marquesina, un anuncio de cuerpos escogidos y de ropa interior. Las muchachas nos miran a los ojos desde el reino perfecto de su fotografía, sin horarios, sin prisa, obscenas como un sueño bronceado.
El hosco cielo va rodando arriba y amenaza sobre los montes negros.
Al fin será esta casa mi morada y hasta lo que es más duro en ella (ese muro de piedra, tan rotundo), dormirá sosegado en mi pupila. En esta casa el tiempo es la ternura y siempre callo hasta que sea el silencio lo que discurra dentro de mis venas. En mi morada no hay días ni noches. Mi morada es mi día y es mi noche. Cada mínima estancia es azotea. Floto en su soledad, bebo en su sombra; si ascendiendo a los desvanes de la luz desciendo hasta un saber que ya no sabe. Esta casa, en quietud, está girando -planetario de amor- en torno del remanso de los cuerpos.
En ella voy, sin ir, a cada sitio y a sus goces regreso sin marcharme. Todo cuanto busqué, aquí lo encuentro.
Esta morada es mundo sin el mundo. En ella suena música que arrastra hacia el sin fin, marea en la que voy y vengo (¡mas tan quieto!) recibiendo respuestas sin palabras a preguntas que no mueven mis labios. Y siento que tú estás aquí, aunque no estés, y que yo estoy en ti, aunque no estoy. Centro donde te veo al fin ¡tan cierta!; centro donde, no estando tú, en plenitud estás para salvarme.
Al fin el corazón ya ha retornado a escucharse a sí mismo. Qué dulzura este ir cerrándose a todo para poderse abrir y comprenderlo todo: Nada hermosa que lleva acariciando mi piel para acallarme, para acallarme aún más, y serenarme.
Morada del amor con sus anillos de silencio que silban, mas no ahogan, porque la sangre de los nuestros ya no está para dolernos (la sangre de los nuestros ahora es sólo la luz de cobre que está ardiendo lenta en torno a la copa del ciprés).
¡Morada en la marea de la vida, morada en la morada de la luz!
La casa está vacía y el aroma de una rencorosa esperanza perfuma cada rincón Quién nos dijo mientras nos desperezábamos al mundo que alguna vez hallaríamos cobijo en este desierto. Quién nos hizo creer, confiar, —peor: esperar —, que tras la puerta, bajo la taza, en aquel cajón, tras la palabra, en aquella piel, nuestra herida sería curada. Quién escarbó en nuestros corazones y más tarde no supo qué plantar y nos dejó este hoyo sin semilla donde no cabe más que la esperanza. Quién se acercó después y nos dijo bajito, en un instante de avaricia, que no había rincón donde esperar. Quién fue tan impiadoso, quién, que nos abrió este reino sin tazas, sin puertas ni horas mansas, sin treguas, sin palabras con que fraguar el mundo. Está bien, no lloremos más, la tarde aún cae despacio. Demos el último paseo de esta desdichada esperanza.
* Mi homenaje inmemoriam a Guadalupe Grande, que ha fallecido nada más comenzar este año.
Siete cajas engalanan el hueco, siete inocentes cajas de cartón son un pueblo, una familia, una calle, una forma de cocinar, una geografía una arboleda una relación.
Siete cajas son precariedad laboral, la nostalgia con olor a cerrado, se convierten en emblemas en raíces en anclas.
Siete cajas siempre empiezan de nuevo.
Y ahí están, otra vez, nuestras siete cajas con productos de Tiger, los 150 kg. que pesan nuestras vidas.
* El poeta gaditano Abraham Guerrero ha obtenido este semana el 74º Premio Adonáis de Poesía.
Lo sencillo está diseminado por el mundo. A veces no se ve, porque es diáfano. Su lugar es la rutina tanto como el acontecimiento. No necesita explicación porque ya está desplegado. Estaba antes y estará después. Vuelve verdaderamente inolvidable el encuentro con otro ser humano. Convierte las cosas en momentos. A pesar de lo que pudiera parecer, lo complicado no prevalecerá.
* González Iglesias ha sido reconocido con el Premio de la Crítica a la mejor obra publicada en castellano en 2019 por Jardín Gulbenkian.
Se retrocede con seguridad
pero se avanza a tientas
uno adelanta manos como un ciego
ciego imprudente por añadidura
pero lo absurdo es que no es ciego
y distingue el relámpago la lluvia
los rostros insepultos la ceniza
la sonrisa del necio las afrentas
un barrunto de pena en el espejo
la baranda oxidada con sus pájaros
la opaca incertidumbre de los otros
enfrentada a la propia incertidumbre
se avanza a tientas / lentamente
por lo común a contramano
de los convictos y confesos
en búsqueda tal vez
de amores residuales
que sirvan de consuelo y recompensa
o iluminen un pozo de nostalgias
se avanza a tientas / vacilante
no importan la distancia ni el horario
ni que el futuro sea una vislumbre
o una pasión deshabitada
a tientas hasta que una noche
se queda uno sin cómplices ni tacto
y a ciegas otra vez y para siempre
se introduce en un túnel o destino
que no se sabe dónde acaba.
En algún momento la nieve
se derretirá en el deshielo
y será un torrente
que aclara los ríos oscuros
en su custodiado camino
hacia el mar. En algún momento
se alzarán las nubes
y habilitarán el escenario
para los rogantes ojos.
En algún momento
estaremos otra vez sentados al aire libre
en mesas recién barnizadas
leyendo los libros
que invernaban.
Pues, ven pronto
porque según lo que parece
en algún momento volverá
a nevar.
Se hablan bajo el agua,
desnudos flotan y se hablan
y se dicen palabras como “risa”
y la luz brilla como un tafetán líquido
sobre sus hermosos cuerpos;
paralelos, blanca y moreno, contra la corriente,
plata y bronce bajo el fluido sol,
como dos lianas de carne mis dos bellos amigos
sumergidos se dicen un idioma que vibra en los oídos,
una música de vocales desleídas,
se dicen palabras con ternura sabia;
desde el puente
bajo un árbol que deja pasar hilos de sol
yo los miro gozoso
y los veo sacar la cabeza del agua
con el aire y con la dicha contenidos
y los oigo gritar “esto es la vida”
y sus esbeltos cuerpos jóvenes son la vida,
ella y él, mis desnudos hermosos amigos,
la vida son ellos,
ellos que me regalan su entusiasmo.