Los resultados de las elecciones catalanas de ayer nos han dejado un sabor agridulce. Te queda una grata sensación con la elevada participación (un 82%) en una jornada presidida normalidad democrática y, sobre todo, con el crecimiento de los votos de los que apoyan la convivencia y el camino compartido dentro de España. Las urnas han hablado y la diferencia se incrementa respecto a 2015: hay muchos más catalanes, la nada despreciable cifra de 150.000 de diferencia, que han apostado opciones políticas que no apoyan al independentismo ni la ruptura unilateral. Crece el número de ciudadanos que se posicionan contra la locura secesionista.
La cara amarga del resultado electoral es que una sesgada ley electoral catalana permitirá que los separatistas tengan mayoría de escaños en el Parlamento. Se sabía que ese marco normativo, que prima el voto de las circunscripciones menos pobladas, jugaba a favor de las candidaturas independentistas. Al ganador, Ciudadanos, cada escaño le ha costado 29.786 votos, mientras que al segundo, Junts per Catalunya (JxC), la antigua Convergència, tan sólo 27.665, esto es, 2.121 menos que a la formación naranja. Y su derrota en números absolutos no les impedirá formar gobierno y seguir en las andadas. Nos espera más confrontación y más desafío unilateral. Al menos eso se deduce de sus primeras valoraciones de unos comicios en los que han reducido de forma sensible su fuerza electoral. Este frenesí separatista, sin duda, se traducirá en inestabilidad y freno a la recuperación económica para Cataluña y España.
Foto.– RTVE.