En estos últimos días han manoseado el nombre de Miguel Hernández en exceso y sin pudor. Usar al gran poeta, uno de mis autores predilectos, para justificar lo injustificable constituye una falta de respeto a su memoria y al sufrimiento de las decenas de miles de víctimas de la represión franquista. Quien perdió la libertad y la vida (murió de tuberculosis mientras estaba encarcelado) por la defensa de sus ideas no merece la comparación con un condenado por agredir a demócratas y recurrir a la violencia en lugar de a la palabra. Cuando uno (o una) se equivoca, lo que tiene que hacer es rectificar, somos humanos y como tales no somos infalibles. Pero si en vez de admitir el yerro, se insiste y se agrede dialécticamente a los que no comparten la opinión, el error se multiplica. Hay gente que, desde una óptica totalitaria y con un discurso que alienta la confrontación, quiere patrimonializar a este autor y su legado, que es de todos y no es de nadie. Crecí con la obra de Miguel Hernández, musicada por Joan Manuel Serrat. Quizá sea la razón fundamental de mi pasión por la poesía y de la creación literaria en general. Porque como escribe el poeta: Para la libertad, sangro, lucho, pervivo… Y eso no nos lo puede quitar nadie por muchos gritos que profiera y mucho dogma que difunda.