Primera casa

Todo lo que fui olvidando
lo recuerda mi cuerpo por mí.

El pozo, el túnel, el
botón de arranque.
Pura demo(n)stración.

La unidad familiar comienza con el ruido de un cuerpo.

Con ellos tengo este puente y su lenguaje secreto.
Nada más sabio hay que sus brincos y maullidos,
la espuma de sus olas ilumina nuestros pies.

En cuanto mis caderas avanzan por esa casa
la derecha masca la pertenencia,
la izquierda aprende a refundarse.
Las líneas de mi frente hacen      todo lo contrario,
riega el vientre la flor de la división.

A toda casa se ingresa siempre a través del cuerpo.

Qué más quisieras que un poema se escribiese con estos dedos
capaces de ir y pulsar teclas tan altas.

Umbral, resorte, código.
No con la inteligencia, ahora.
Con las manos.

Yolanda Castaño

Los amantes

La carn vol carn.
Ausiàs March


«No había en Valencia dos amantes como nosotros.

Ferozmente nos amábamos de la mañana a la noche.
Lo recuerdo todo mientras tiendes la ropa.
Han pasado años, muchos años; han pasado muchas cosas.
De pronto aún me atrapa aquel viento o el amor
y rodamos por el suelo entre abrazos y besos.
No comprendemos el amor como una costumbre amable,
como una costumbre pacífica de cumplidos y telas
(y que nos perdone el casto señor López-Picó). 
Se despierta, de pronto, como un viejo huracán,
y nos tumba a los dos en el suelo, nos junta, nos empuja.
Yo deseaba, a veces, un amor educado
y el tocadiscos en marcha, negligentemente besándote,
ahora un hombro y después el lóbulo de una oreja.
Nuestro amor es un amor brusco y salvaje,
y tenemos la añoranza amarga de la tierra,
de andar a revolcones entre besos y arañazos.
¡Qué queréis que haga! Elemental, ya lo sé.
Ignoramos a Petrarca e ignoramos muchas cosas.
Las Estancias de Riba y las Rimas de Bécquer.
Después, tumbados en el suelo de cualquier manera,
comprendemos que somos unos bárbaros, y que esto no puede ser,
que no estamos en la edad, y todo esto y aquello.

No había en Valencia dos amantes como nosotros,
porque amantes como nosotros se han parido muy pocos.»

Vicent Andrés Estellés

Daño nº 18

Creer que estás embarazada

Querer sexo (querer que quieran sexo
contigo) pero pasar el viernes sola

Ponerte en el pellejo de la hermana de Celan
que nunca apareció

Ver llorar a un anciano
que ha visto un reportaje en la televisión pública
sobre el abandono de ancianos; su triste párpado
               de repente
chasquea

Ir al ginecólogo y decir
creo que estoy embarazada

Desmayarte de nervios y dolor; el doctor te hipnotiza
con su insulto feroz “no sé por qué, querida,
te duele tanto este dilatador: es
para vírgenes”

Decirle a tu madre
he ido al ginecólogo
porque creía que estaba embarazada

Ah, ¿ya mantenéis relaciones sexuales completas?
Y sin precauciones, estoy decepcionada

Ver que tu madre está decepcionada, tu
madre está
decepcionada

Ponerte en el pellejo de Celan
que jamás encontró a su hermana
imaginaria

Ponerte en el pellejo de Giséle porque
Celan intentó estrangularla porque
jamás encontró a su hermana
imaginaria

Querer gustarle pero él te dice
si quieres vamos a mi cuarto o a tu cuarto

Lleváis apenas 10 minutos
con los besos no te fías
de él

Querer sexo pero no fiarse

Ah, ¿pero querías algo auténtico?
Y sin precauciones, estoy decepcionado

Me dijiste que tenías el corazón atado
al tobillo

Lo siento lo solté un momento me dormí
y se me escapó

Es un desobediente
Muy mal muy mal pídele perdón al chico

Perdón

chico

Berta García Faet

Misterios

Alguien abre una puerta
y recibe el amor
en carne viva.
Alguien dormido a ciegas,
a sordas, a sabiendas,
encuentra entre su sueño,
centelleante,
un signo rastreado en vano
en la vigilia.
Entre desconocidas calles iba,
bajo cielos de luz inesperada.
Miró, vio el mar
y tuvo a quién mostrarlo.
Esperábamos algo:
y bajó la alegría,
como una escala prevenida.

Ida Vitale

Estoy a un pequeño paso del game over

Guardo
recuerdos de la selva que no son míos
una medusa por corazón
la certeza de saber que quizá aún
no haya experimentado la resaca más grande de mi vida

y guardo
también
más cosas
y me duele
tu cuerpo sobre el mío
ahora que estás lejos
a veinte centímetros de mí
en la otra orilla
en tu almohada

*
Por qué te echo de menos
tanto
a veces.
Estaría subida
en este taxi
recorriendo la ciudad
en este día de niebla
hasta que te disiparas.
Es por la mañana, dicen,
y eso qué es,
mañana.

*
Esta vida incontrolada.
El pánico a las estrategias.
La inseguridad paralizándome
las cejas y el vientre y
arrancándome el corazón,
corazón inestabilizado
e hirsuto y despiadado
y mártir y prohibido
y demacrado y desolado
e inflado y corrupto
y apócrifo y nunca
corazón.
Ya no sé qué
guardo entre las costillas.
A qué animal suicida
alimento de mentiras
y otros lujos.

*
A veces amanece
y la ciudad se ha ido.

Las farolas con sus pasos
desgarbados,
el ruido torpe
del puente de hierro.

No quedan gaviotas en el mar.
Un milenio agotado.

Después, los gritos de los
niños escapando,
el alborozo de todas
las faldas al vuelo.

Hay un paso de cebra
dibujado en mi colchón,
la sombra de un atropello
entre mis sábanas.

Lara Moreno

Anunciación

Cuando nos hayamos diluido, y el último rastro de humedad y de afecto sobre nuestros retratos

cuando entonces

cuando esto

cuando los objetos no tengan a nadie que los reconozca o tú y yo seamos un libro y una caja china que ha inventado el silencio

el silencio como perfección del más doloroso de los gritos

cuando el olvido siga constituyendo al mundo como es su deber, su compost, su premura

seguirás de pie en nuestra cocina, escuchando a las cebollas, la frente perlada de generosidad y de viajes al centro de la Tierra. La mujer que le lee sus derechos a la belleza. Nuestro hijo ahí.

Julieta Valero

Encuentro

Me sedujiste, Amor, y me he dejado
seducir, me forzaste y me pudiste,
allanaste mi alcoba y le prendiste
fuego a mi alto cuerpo amurallado;
violaste con tus labios mi costado,
a tu placer rendida me tuviste,
mi goce a sequedad lo redujiste
y a polvo mis encantos y mi agrado;
tendida, cual la tierra contra el día,
tus oscuras caricias me domaron
hasta volverme yermo y luz baldía;
y ahí donde tus labios se gozaron 
y sólo queda un hueco, un claro abismo, 
de tan simple y desnuda soy Tú mismo.

Javier Sicilia

Poema XXIX

Estoy hablando contigo
entre los árboles.
Tu voz es el recuerdo.
¿Sabré volver? La lluvia
que me descubres dice
mi nombre. Señalas
y nombras todas las cosas.

Sabré vivir mejor, con este cuerpo
nuevo que se me ha dado.
Conoceré de nuevo
(de nuevo me explicarás)
los amplios misterios
y reirás conmigo:
pero ahora yo sólo conozco
el olor del viento en este bosque.

Juan Gallego Benot

Poema de su obra ‘Oración en el huerto’.

La leyenda del cuerpo

Reconstruir un cuerpo
fragante en la memoria:
ingresa en el recuerdo semidiós
y en el olvido, viento.

El tacto: narraciones
de una teogonía suficiente:
ninfas en la saliva, los mensajes
de iris en la sangre, el asediar
de amazonas, cuantas alegorías
quisiéramos del fuego, la conciencia
suprema de la piel.

El cuerpo amado nunca
es solamente un cuerpo.

Aurora Luque