Hoy no tengo tiempo ni para respirar. Pero no me puedo contener y le robo quince minutos a mi apretada agenda. Algo me empuja a escribir, aunque sólo sean unas breves notas de ánimo y solidaridad con el doctor Montes y los integrantes del equipo de urgencia que él coordinaba en el hospital Severo Ochoa de Leganés (Madrid).
Me habría gustado reflexionar, con menos prisa, sobre la injusticia descomunal cometida contra un grupo de doctores a raíz de una denuncia anónima por supuestas sedaciones irregulares que los tribunales han declarado falsa. Desde que saltó el caso hasta ayer, que se ha hecho justicia con mayúsculas, se ha producido una auténtica persecución, una caza de brujas injustificada contra estos funcionarios públicos; todo ello alentado por el Gobierno de la Comunidad de Madrid y los sectores más ultraconservadores de la villa, con la complicidad de algunos medios de comunicación.
¡Los habían acusado de haber cometido 400 asesinatos¡ Tamaño disparate. ¿Quién repone el prestigio profesional de estos profesionales? ¿Quién restaña el daño personal inflingido con premeditación y alevosía? ¿Quién se responsabiliza del sufrimiento de los pacientes que, por ausencia de cuidados paliativos como consecuencia de la denuncia, no han tenido una muerte digna?¿Quién reconforta a esas personas que han visto a sus familiares afrontar sus últimos días de vida retorcidos de dolor y padecimiento? ¿Quién repara el ataque a la sanidad pública?
De momento, silencio. Los inquisidores, de mutis por el foro. La presidenta de Madrid se intenta desmarcar del caso y se limita a decir que se alegra (Los guiñoles de El País la retratan). Alguien (o más de uno) tiene que pedir perdón y asumir responsabilidades políticas. Me temo que no ocurrirá.